El padre Soárez hablaba con el Cristo de su iglesia. - Señor -le decía conturbado- tú sabes lo bien que preparo mis sermones. Consulto los textos sagrados y busco en los doctores de la Iglesia las citas convenientes. Luego, a fin de coger el tono, leo en voz alta las homilías de Bossuet. Finalmente ensayo frente a un espejo el ademán que ha de subrayar cada frase, y ensayo también las inflexiones de la voz. Pero no veo que mis sermones te agraden, y mientras los pronuncio observo que no cambias la expresión. Sin embargo, el otro día te vi sonreír cuando le di un pan a aquel anciano. - No te sorprenda eso -le respondió el Señor-. A mis ojos vale más una obra buena que todas las palabras bonitas. Colaboración de Mario Pablo Vásquez de México, D.F. |