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Verdaderos amantes

Verdaderos amantes

Dice Von Hildebrand que el corazón es la muestra más completa del yo. Más aun que la sola voluntad. Y, mucho más que el entendimiento.

La experiencia cotidiana nos puede descubrir mundos inexplorados del corazón. Porque no son las cosas que "siente" las que nos afectan. Es el responsable de la actitud completa del hombre. Por tanto, comprende el conocimiento, los afectos y los movimientos más profundos hacia otro ser humano y hacia Dios.

Con frecuencia nos encontramos ante situaciones guiadas por el corazón.

No resulta tarea fácil saber lo que pasa en el interior de una persona. Parece algo tan insondable que ni siquiera uno mismo es capaz de decir qué le sucede por dentro.

Así, tanto en el amor conyugal como en el de amistad, el corazón es el centro de la dádiva del otro. Podría decirse que sólo cuando se llega a este centro, se expresa de manera plena el verdadero amor. Porque no es sólo un deseo de bienestar o de felicidad máxima del amado.

El verdadero amante busca "hacerse" del centro del amado, hacerse de su corazón. Y la entrega sin límites, humilde, sincera y sencilla del que ama, no depende del amado. Por eso, es fácil tropezar en la cotidianidad con desalientos y tristes interpretaciones.

El amante sólo se sentirá satisfecho cuando el corazón del amado rebosa de deseo por él, de alegría ante su presencia, de deseo de unión. Y, de la misma forma, sentirá que no posee su alma cuando el amado sólo corresponda a su amor con la voluntad y, al mismo tiempo, falten todas las manifestaciones del corazón.

Al sólo pensar en esto no es raro que lo más común sea no encontrar verdaderos amores. Ningún verdadero compromiso. Sólo la respuesta de la voluntad a la entrega de otra persona. Podríamos llamar a esto respuesta de parcialidad. "Va algo de mi tiempo". Pero esto no supone que sea yo quien se da en pleno. "Otorgo un poco de mi afecto", pero no lo que tiene mi corazón.

A decir verdad, un planteamiento como éste pone en tela de juicio, de raíz, cualquier relación de afecto.

Porque allí no hay más que un principio, pero no un fin. Porque la direccionalidad del amor es relativamente fácil de detectar: o viene de uno o viene del otro.

El problema es resolver la relación en ambos sentidos. Y por eso, quienes son verdaderamente capaces de amar, ven como una cierta tridimensionalidad en la relación.

Difícilmente llenará el espíritu -por no decir que es imposible- una relación en la que la entrega del corazón sea relativa y parcial. Porque, entonces, no hay un verdadero amor humano que planifique al amante ni al amado.


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