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Amigos, cuates y compadres

No cabe duda de que por todas partes estas tres denominaciones de otras personas conocidas son frecuentes. No es que no signifiquen nada. Lo que habríamos de hacer es ver qué quieren decir y si el fondo sigue funcionando.

Tal vez, ante el planteamiento de las tres "denominaciones", muchas personas piensen que se trata de una relación similar. Y, por otra parte, que se aplica más a la relación social nacida entre hombres (cuates y compadres) por circunstancias de cercanía o religiosas.

En días en que los valores más profundos del hombre se ven bastante opacados por el ruido de la tecnología y el saber por saber, es importante contar con lo que en el humanismo siempre ha dirigido los corazones más valiosos y las cabezas más preciadas: la clara distinción entre lo que puede parecer amor y lo que lo es.

Hoy si hay un término prostituido y tristemente empleado de manera indiscriminada, es el de "amigo". Parece que es algo aplicable a cualquier persona con la que existe una relación más o menos cercana, pero que pocos sacan las consecuencias de lo que verdaderamente implica una amistad. Porque la clave se encuentra en la fuerza misma de la palabra: amistad proviene de la palabra amor. Es la forma de amar a alguien. Una forma, también, de amar. La más alta, para Aristóteles.

Y, no me diga que no, da un poco de pena ver cuántas personas cuentan de sus amigos que, en el fondo nunca serán capaces de defenderles la espalda a sus espaldas. Es decir, encontrarnos con la traición tan frecuente que permea una sociedad en la que el verdadero valor de esta virtud, se encuentra difuminado en formas de decir.

Y que, si no aprendemos el fondo, en poco tiempo, el valor profundo de esta forma de amar, se verá relegado a la historia. Y es que Aristóteles le ponía en un nivel tan alto porque sabía que alguien a quien se ama con amor de amistad es alguien de quien se desea sólo su bien. En esto radica la esencia de la amistad. En el bien del otro, independientemente de lo que tengamos que sufrir para conseguirlo.

Supone darse más que dar. Y esto es algo contra lo que el hombre se revela con facilidad* porque implica decir que no al yo. Salir del centro del yo, del antropocentrismo que es ya paradigmático en nuestra sociedad, para entrar en el círculo de los demás.


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