Humanamente hablando es comprensible que se cuestione la moral tradicional y se estimule la búsqueda de nuevos valores. La sociedad actual, escandalizada ante la falsa moral de generaciones anteriores, exige mayor respeto para los que piensan diferente; y la vida acartonada, rutinaria, artificial, estacionaria y teatral del mundo moderno nos exige más diversidad en la acción y un regreso a los placeres naturales. La gente añora la libertad más que ninguna otra cosa. El único requisito indispensable para ser popular es hacerse pasar por liberal. La autenticidad, la tolerancia, la apertura y la espontaneidad, se convierten en los valores fundamentales. De hecho, desplazan a todos los demás y se convierten en los únicos valores. Humanamente hablando es comprensible; objetivamente hablando, es una nueva falsedad. En lugar de dar un paso para enderezar el rumbo, nos hemos desviado un paso -o muchos- hacia el lado contrario. En lugar de la tolerancia, se practica la intolerancia en el sentido opuesto. Ahora todo mundo tiene derecho a todo menos a ser moralista. La palabra "decente" es un término peyorativo. Un "conservador" es un enemigo de la sociedad. Ahora no se condena la mentira, porque nadie tiene derecho a creer que tiene la verdad. Se ha desatado una persecución contra todo lo que suene a orden o templanza. La inmoralidad, además de un escape, es un gran negocio, y tal parece que todos los que se beneficiaban de ella tienen miedo de perder sus fuentes de beneficios. Cantantes, además de enriquecer a su manejador, a la disquera y a los impresores de calendarios, mantenía distraído al pueblo. En la moral de telenovela, la prostituta es carismática, generosa y abnegada; el ladrón y asesino es cautivador y romántico; el moralista es odioso, intransigente, agresivo y violento; y -cheque usted esta frase sacada directamente de un parlamento- "el peor pecado es no usar el cuerpo". Definitivamente no me convence esta nueva moral. No quiero que mi hija llegue a pensar que el éxito se encuentra en el crimen o que la prostitución es una vida llena de glamor y de romanticismo y de riqueza. Preferiría verla crecer rodeada de patéticos (nótese mi aprovechamiento de la cultura yanqui) moralistas que de encantadores criminales. Ahora por sistema en cada telenovela se justifica algún desorden. El amor libre, la prostitución, el adulterio, el robo, la infidelidad... Cada nueva telenovela, un antivalor nuevo. Todo adornado con retoques de ternura, de alegría, de autenticidad, de entrega. Todo bajo a la bandera de la libertad y de la tolerancia. Valores de televisión. Estaremos mejor cuando los maestros espirituales sean quienes definan la moral aunque no nos divierta, y los encargados de la diversión diviertan sin inmoralizar. |