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¿Cuándo me volví invisible? Ya no sé en qué fecha estamos. En casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos están hechos una maraña. Me acuerdo de aquellos calendarios grandes, bonitos, ilustrados, con imágenes de los santos que colgaban en la cocina. Ya no hay nada de eso. Primero me cambiaron de alcoba, pues la familia creció. La otra tarde caí en cuenta que mi voz también ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos no me contestan.Todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atenta lo que dicen. A veces intervengo en la conversación, segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno, y de que les va a servir de mucho mis consejos. Pero no me oyen, no me miran, no me responden. El otro día les dije que cuando me muera entonces si me iban a extrañar. Mi nieto más pequeño dijo "¿Estás vivo abuelo?". Les cayó tan en gracia, que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio. Cuando mi yerno se enfermó, pensé tener la oportunidad de serle útil, le lleve un te especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara, solo que estaba viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a poco se fue enfriando... y mi corazón con el. Un día se alborotaron los niños, y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos de día de campo. Me puse muy contenta. ¡Hacia tanto tiempo que no salía y menos al campo! Yo ya estaba lista y muy alegre, me pare en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el auto. O porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque. Sentí claramente cómo mi corazón se encogía, la barbilla me temblaba como cuando uno se aguanta las ganas de llorar. Yo los entiendo, ellos si hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Y yo, ya no se a que saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que me daba tenerlos en mis brazos, como ramitas nuevas que habían salido de este viejo tronco en que me he convertido. Sentí su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar. Pero un día mi nieta Laura, que acababa de tener un bebe dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud. Desde entonces ya no me acerqué más a ellos, no fuera que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos! Esto pasa muchas veces en nuestro medio. ¿Cuántas veces ignoro lo que dice mi padre anciano o mi abuelo? "¡Ya está viejo, que sabe, estos son otros tiempos!" RECUERDA que ellos también fueron bebés, niños, jóvenes, adultos llenos de vida, ilusiones, fuerza... RECUERDA que sus manos, antes fuertes, te dieron el apoyo que hoy tu les niegas... que su voz firme habló por ti cuando tú no sabías decir lo que necesitabas... que sus palabras te dieron muchas veces el consuelo que hoy tu les niegas... que pusieron toda la atención a las primeras palabras que dijiste, palabras casi incomprensibles... y hoy no les escuchas porque dicen "puras tonterías". Los ancianos que te rodean, en la familia, trabajo o en cualquier otro lugar fueron lo que tú has sido, lo que eres... Y LO QUE SERÁS. ¿Por qué no recordar que la vida suele ser como un espejo, devolviéndote lo que le das? Amar, cuidar y RESPETAR a los ancianos... no hacerlos sentir invisibles, es un acto de justicia. |