El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia. - Señor -le preguntó-, ¿te gustó mi sermón de hoy? - No estuvo mal -respondió Cristo-. Fue breve. Con eso cumpliste al mismo tiempo los preceptos de la retórica y de la caridad. Los mejores sermones, sin embargo, son los que enumera Ripalda. El padre Soárez se desconcertó. - No recuerdo que Ripalda haya hablado acerca de sermones en su catecismo. - Sí habló -le replicó Jesús-. Dijo que debemos dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos... Quien haga una obra de misericordia dirá un sermón superior a todos los de Bossuet y Fenelon que, dicho sea entre paréntesis, me aburrían bastante. El padre Soárez entendió lo que Jesús quería decirle: el mejor sermón es una buena obra. Colaboración de Mario Pablo Vazquez de México, D.F. |