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Fluir

Fluir

En estos días por España, días de reencuentros, le preguntaba a un amigo que cómo le iban las cosas. Me dijo: "Estoy dejándome llevar", y entre risas le preguntaba que cómo se hacía eso. Sin lugar a dudas, el verbo "fluir" es unos de los más complicados, al menos para mí.

No me considero una persona excesivamente controladora, me gusta improvisar y dejar que las cosas sucedan, y pienso que todo lo que pasa es exactamente lo que tiene que pasar, pero muchas veces, me cuesta entregarme a una situación aunque sepa de sobra que es la que me toca vivir.

Hace algo más de un año, cuando llegó Mael, el síndrome nido que había padecido durante los últimos meses de embarazo se incremento de manera preocupante. Era incapaz de ver una sola cosa fuera de lugar o sucia, e incluso llegué a desarrollar una especie de súper poder con el que detectaba las motas de polvo que flotaban en el aire abalanzándome sobre ellas antes de que tocasen el suelo. Imagínense, con un niño en sus plenos "terribles dos" y un recién nacido y yo preocupada por tener la casa impoluta.
Un día decidí que las escaleras de la terraza necesitaban una mano de pintura, es más, cada vez que las miraba parecían estar más y más sucias. Fui a comprar la pintura y las brochas y antes de ponerme manos a la obra las limpie bien con agua.En un momento en el que bajaba las escaleras mojadas, resbalé y me dí un fuerte golpe en la espalda y la cabeza, me quedé tendida en el suelo sin poder casi respirar ni moverme. Durante aquellos eternos minutos que permanecí tendida en el suelo se me pasaron mil cosas horribles por la cabeza, (nunca olvidaré la reacción de Leo que jugaba por allí, puso su boca contra la mía como intentando darme aire, los niños nunca dejan de sorprenderme).
Afortunadamente no fue nada grave, pero estuve más de una semana sin apenas poder moverme, sin poder levantar a los niños en brazos ni valerme por mi misma al 100%.

Podría haber culpado a mi mala suerte de aquel percance, pero en seguida supe que se trataba de un toque de atención. Dicen que la vida nos habla a susurros y que si no la escuchamos nos acaba dando un grito.
Durante aquellos días en el sofá tuve a Mael durmiendo sobre mí horas y horas, en aquel momento me di cuenta de que la casa, las escaleras y todo lo demás podían esperar. El desorden dejó de importarme y disfruté de los niños y de mí misma muchísimo más.

Les cuento esta anécdota porque creo que a veces nos obcecamos tanto con que las cosas deben y tienen que ser de una manera determinada, que no nos damos cuenta de todo lo que nos estamos perdiendo si simplemente nos relajásemos y dejásemos que las cosas fluyesen sin intentar controlarlas constantemente.
Es más, estoy totalmente convencida de que las mejores cosas suceden cuando permitimos que simplemente sean.

No creo en la buena o la mala suerte, creo en el perfecto lenguaje de la vida, con sus susurros y sus gritos.
Escuchémosla.

Autor: Raquel del Rosario (cantante española)


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