En estos días por España, días de reencuentros, le preguntaba a un amigo que cómo le iban las cosas. Me dijo: "Estoy dejándome llevar", y entre risas le preguntaba que cómo se hacía eso. Sin lugar a dudas, el verbo "fluir" es unos de los más complicados, al menos para mí. No me considero una persona excesivamente controladora, me gusta improvisar y dejar que las cosas sucedan, y pienso que todo lo que pasa es exactamente lo que tiene que pasar, pero muchas veces, me cuesta entregarme a una situación aunque sepa de sobra que es la que me toca vivir. Hace algo más de un año, cuando llegó Mael, el síndrome nido que había padecido durante los últimos meses de embarazo se incremento de manera preocupante. Era incapaz de ver una sola cosa fuera de lugar o sucia, e incluso llegué a desarrollar una especie de súper poder con el que detectaba las motas de polvo que flotaban en el aire abalanzándome sobre ellas antes de que tocasen el suelo. Imagínense, con un niño en sus plenos "terribles dos" y un recién nacido y yo preocupada por tener la casa impoluta. Podría haber culpado a mi mala suerte de aquel percance, pero en seguida supe que se trataba de un toque de atención. Dicen que la vida nos habla a susurros y que si no la escuchamos nos acaba dando un grito. Les cuento esta anécdota porque creo que a veces nos obcecamos tanto con que las cosas deben y tienen que ser de una manera determinada, que no nos damos cuenta de todo lo que nos estamos perdiendo si simplemente nos relajásemos y dejásemos que las cosas fluyesen sin intentar controlarlas constantemente. No creo en la buena o la mala suerte, creo en el perfecto lenguaje de la vida, con sus susurros y sus gritos. Autor: Raquel del Rosario (cantante española) |